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¿Estamos todos locos?

Para introducirnos en el tema y que, además, sirva para entender el escenario en el que, en la actualidad, se encuentra el planeta -que tiene que ver con lo que podemos llamar “crisis civilizatoria” o “crisis humanitaria”- sería bueno realizar unas consideraciones que nos permitan analizar los tiempos en que vivimos.

Entendemos como “crisis civilizatoria” a esta actitud del hombre por actuar como los caranchos con su alimento de una manera impiadosa con la naturaleza, sin medir las consecuencias que esa actitud traerá aparejada y que tiene que ver con los excesos en la apropiación de los recursos naturales finitos, pensándolos como infinitos.

Pensamos un mundo como infinito y con esa concepción comenzó a desarrollarse un sistema económico y sociocultural, que hace de la producción y el consumo la guía de su acción. La expansión sin fin en el marco de un planeta finito es un delirio que sólo la economía convencional puede proponer y defender. Este sistema, impuesto en casi toda la faz de la Tierra, se asienta en un excesivo consumo de los recursos naturales, con una agravante desigualdad en el acceso a los mismos.

Al respecto podemos destacar que en la actualidad el 1 % del total de la población mundial concentra el 50 % de la riqueza, quedando fuera de los “beneficios” del sistema la gran mayoría de la humanidad; el 15 % de esa población mundial consume el 85 % de la producción total mundial de bienes y servicios. Lo que genera que al menos cuatro mil millones (de los más de siete mil millones de seres humanos que habitan el planeta) vivan en la pobreza estructural, y alrededor de 2.000 millones pasen hambre todos los días. Además, este pequeño grupo de selectos depredadores es responsable de la contaminación global por su vida irracional y la lógica de un sistema que no tiene límites y que nos conduce a una crisis humanitaria sin precedentes.

Dentro de los recursos que la sabia naturaleza nos da se encuentra el agua que -al igual que los demás recursos naturales como el petróleo, el medio ambiente, la flora y fauna- están en serio riesgo de agotarse. Sólo muy poca agua es utilizada para el consumo del hombre, ya que: el 90 % es agua de mar y tiene sal, el 2 % es hielo y está en los polos, y sólo el 1 % de toda el agua del planeta es dulce, encontrándose en ríos, lagos, mantos subterráneos y humedales.

Las fuentes, los manantiales, las cuencas o cañadas están en acelerada vía de extinción; hay cambios de clima y de suelo, inundaciones, sequías y desertización. Pero es la acción humana la más drástica: ejerce una deforestación delirante, ignora los conocimientos tradicionales, sobre todo de las comunidades indígenas locales, retira el agua de los ríos y humedales de diferentes maneras, entre otras con obras de ingeniería, represas y desvíos.

Dentro de esta realidad, el agua -ese preciado elemento, esencial para la vida- es cada día más escaso, ya que está siendo contaminado por un proceso que no se detiene. Y por su parte se van destruyendo las fuentes generadoras, como son los glaciares de alta montaña y los humedales, que ya se han destruido en un 50 % de los existentes a nivel mundial. Esto trae como consecuencia que ya existe un déficit de abastecimiento de agua potable en condiciones para más de 2.000 millones de personas.

Con la tecnología y la ciencia nos prometieron la gloria, el eterno progreso y la cura a todos los males: la felicidad, como si para eso existiera una receta. Actualmente, el futuro inmediato de la humanidad es incierto a causa de los daños que sufre nuestro planeta, gracias a incesantes avances científicos que mejoraron el nivel de vida de miles pero, simultánea y proporcionalmente, efectos nocivos para la calidad existencial y el porvenir de millones.

¿Qué pensamos hacer al respecto? Nos quedamos pensando que la ciencia o la tecnología van a resolver el problema de esta crisis, que por lo visto nadie quiere resolver, o como “hacedores” que somos vamos a instrumentar los mecanismos para revertir esta cruel realidad, porque, ante todo, debemos saber que somos los “hacedores de nuestro propio destino...”.
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