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Pacú: Ejemplo nacional que muestra cómo se agrega valor desde un “conflicto”

La cadena de valor que nació de un conflicto

Luego del “conflicto del campo” (2008), la familia Meichtry –propietaria de Arrocera San Carlos, una empresa ubicada en la localidad chaqueña de La Leonesa– comenzó a recibir, por parte de grupos ecologistas, acusaciones de contaminación con agroquímicos. Entonces, Martín le propuso a su padre iniciar la producción de peces para demostrar que el uso adecuado de fitosanitarios no genera un impacto nocivo en el ambiente. Inicialmente, la idea parecía descabellada, pero luego se demostró que era posible rotar arroz con pacú.

Lo que se inició como una aventura –no había experiencias sobre el tema– terminó con la generación de una cadena de valor que incluye la producción de juveniles de pacú, recría, engorde con alimento balanceado propio, faena, industrialización y comercialización de muchos alimentos, entre los cuales se incluyen filetes congelados de pacú sin espinas y bocaditos tipo nuggets.

“Empezamos a comercializar los productos de pacú en septiembre de 2013, y al finalizar ese año habíamos vendido 25 toneladas; en 2014 el volumen creció hasta las 240 toneladas, para superar las 480 en 2015”, indica Martín. “Este año esperamos alcanzar las 550 toneladas”, añade.

La empresa cuenta con locales propios y con franquicias en las cuales se comercializan los productos elaborados con pacú. También se distribuyen en la red de carnicerías de Friar (grupo Vicentín), en restaurantes, hoteles, pescaderías y en Carrefour.

Además de tener una conversión muy eficiente (1,6 a 1,9 kilos de alimento por kilogramo de carne producida), el pacú se alimenta de caracoles, una plaga importante del cultivo de arroz.
 “El pacú se alimenta desde septiembre hasta abril, porque cuando la temperatura del agua desciende en otoño-invierno, pierde el apetito. En ese período, la planta de balanceados se dedica a producir alimento para perros, cuya preparación incluye subproductos del pacú”, explica Martín.

Gracias al crecimiento de la cadena de valor promovido por el pacú, la empresa emplea actualmente de manera directa a 130 personas, además de generar trabajo para muchas otras que se dedican al transporte y a la comercialización de los productos.

Otro gran ejemplo argentino, donde un desafío académico se transformó en empresa

Anabella Fassiano y Camila Petignat estaban cursando las últimas materias de la licenciatura en Ciencias Biológicas de la UBA, cuando el profesor Alejandro Mentaberry (actual coordinador ejecutivo del Gabinete Científico Tecnológico del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva) propuso a sus alumnos que como trabajo final, armaran un proyecto biotecnológico orientado a resolver un problema presente en el sector agropecuario.

“Cuando terminamos la carrera nos preguntamos: ¿por qué no desarrollar el emprendimiento? La inconsciencia nos ayudó a empezar, porque entonces no conocíamos todos los inconvenientes que habríamos de encontrar en el camino”, comenta Anabella. Así, sumaron un socio más –Pedro Duarte– para crear la start up biotecnológica NeoGram.

Por medio de la técnica de mutagénesis inducida –consistente en provocar modificaciones en los genes de una planta mediante la adición de un químico–, los investigadores lograron seleccionar una nueva variedad mejorada de Grama rhodes. “Concluimos el primer año de ensayo a escala de campo con muy buenos resultados: el desarrollo mostró un aumento promedio de la digestibilidad del 12%, comparado con las variedades comerciales utilizadas como control; esta mejora representaba un impacto potencial de 37% de aumento en productividad ganadera”, explica Anabella. El lanzamiento comercial del nuevo cultivar estará disponible en un plazo estimado de tres a cinco años.

Otra línea de desarrollo consiste en la creación de un cultivar de Grama rhodes transgénico por medio de la incorporación del gen 6SFT –donado por el INTA–, proveniente de un pasto patagónico (Bromus pictus), para mejorar el valor nutricional de la especie forrajera subtropical. Al tratarse de un evento transgénico, el desarrollo –además de ser oneroso– exige cumplir diversas etapas regulatorias que demandan varios años.

Desde 2011, el emprendimiento participa de IncUBAgro, la incubadora de empresas de la Fauba que impulsa nuevas oportunidades de desarrollo tecnológico.
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