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La memoria y el olvido en la recuperación de la Democracia.

Hace 40 años, cuando la mayoría de estos jóvenes militantes que hoy me piden unas líneas sobre “el 24 de marzo”, aún no soñaban en nacer, los argentinos nos adentrábamos en la Noche y Niebla de la Dictadura más atroz que conoció la historia de nuestro país.

Narrarla no es sencillo, y menos si la escucha alguien que tiene la fortuna de haber vivido siempre en Democracia.
Mi generación transitó la angustia de la desaparición y muerte de amigos y compañeros, de la zozobra de cada noche, de cada día, de no saber si venían a buscarnos, de paralizarnos de terror cada vez que una patrulla militar o policial nos paraba por las calles con cualquier motivo pero siempre con las mismas órdenes brutales del poderío omnipotente. Era vivir en la constante certeza de que los próximos seríamos nosotros.
Todo ese clima es impensable para las generaciones jóvenes que nacieron con la Democracia.

Mis recuerdos se remontan ineludiblemente a fines de 1974 y todo el año 1975, con el débil y cómplice gobierno de Isabel Perón, en donde la furia desatada de las organizaciones paramilitares sembraban el terror a su paso.
En ese tiempo, tímidamente, aún los abogados podían asumir la defensa de los detenidos por razones políticas.
Luego sobrevino el infierno.
Vivimos los años de plomo en estado de sospecha permanente.
Sólo se hablaba con amigos muy íntimos, desapareció la vida pública, y la sociedad era un páramo para los disidentes.

Más tarde, empezaron a aparecer algunos signos de pensamiento, que siempre es resistencia. Se publicaban libros y artículos en donde cada palabra, cada idea era analizada y muchas veces censurada. Los que nunca estuvimos ni convalidamos la lucha armada, fuimos subversivos de la palabra. Y del contar. Porque cada persona que había estado detenida, narraba. Y se formaban cadenas orales, porque el horror no podía esconderse debajo de la alfombra.
Algunos empezamos a reunirnos para hablar de política con muchos miedos. Algunos nos alegramos del premio Nóbel de la Paz para Pérez Esquivel ya que era como un premio para todos los que debíamos callar.
Algunos, como mi padre, nunca bajaron los brazos y sabían que algún día llegaría la primavera de los pueblos.
Y de la mano de la guerra suicida que terminó asesinando a los jóvenes que quedaban en la Argentina, llegó el consenso de la salida electoral y el triunfo de un hombre y de un partido que legitimaban su fuerza en el Preámbulo de la Constitución Nacional.
Ese día fue la risa recuperada, el desconcierto de la libertad recién nacida, la pena infinita por los que ya no estaban, el juramento de buscar la verdad, los rastros, los cuerpos, las memorias de los muertos de la esperanza.
Ese día fue la fiesta de todos. De todos los que elegimos, otra vez, la democracia y no el autoritarismo, la palabra de la ley y no el tiro de gracia, la arena de la política y no la capucha y la picana.
Ese día fue salir a buscar amigos, a abrazarnos con desconocidos, a gritar muy alto la dignidad de la condición humana.
En estos 40 años, creo que los argentinos aprendimos el significado de muchas palabras, pero fundamentalmente, aprendimos a recitar esa plegaria laica que un fiscal valiente, y alejado de la farándula del poder, pronunció frente a quiénes habían sido señores de la muerte. NUNCA MÁS. Nunca más el atropello, la muerte, el terror instalado desde el Estado, nunca más la dictadura.
El desafío es hoy de todos, y fundamentalmente de ustedes. De defender siempre la tolerancia y la ética en la política, la decencia en quién asume cargos públicos, el respeto por la discusión.
Ustedes tienen que estar orgullosos de ser radicales, y de llevar en alto las banderas de Raúl Alfonsín. Porque créanme, cuando ustedes no habían nacido, él…ya buscaba la justicia y la verdad.

                                                   Griselda Tessio.
                      Ex Fiscal Federal- Ex Vice Gobernadora- Ex Diputada Provincial.

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